No, no hay un virus que corre como una peste 2.0 por los contenidos y textos de las web. Unos enfermos que reciben el pronto auxilio de un competente y providencial curador de contenidos, enguantado en una bata blanca, que les suministra dos cucharadas soperas de un brebaje sanador. Enseguida, los contenidos saltan de sus camas de pacientes, se sueltan la melena “social media” y están listos para sacarse el doctorado en lengua SEO. Una realidad, que aunque parezca broma, es a la que nos enfrentamos como agencia de marketing digital.
Por supuesto, caer en la trampa de los falsos amigos (palabras muy parecidas a las castellanas pero con un significado muy distinto) es muy humano. Cuántas veces no se habrá uno apeado ante los paneles de información de vuelos en un aeropuerto anglófono (con días de tormenta de nieve amenizando) y se habrá topado con el dato de que muchos aviones se habían ido de guateque a otro aeropuerto. Concretamente, que se habían “divertido” a otros aeródromos, porque aquel les parecía un tostón. La diversión la ocasiona “diverted” (desviado) y hala, ya se montó el lío por dejarse llevar por las apariencias. Pues algo semejante ocurre con la curación de contenidos (content curator), algo que traducido no es más que un profesional que domina la información que se cuece en un sector específico y que, por tanto, es capaz de filtrarla y ofrecérsela a su audiencia. La Fundéu, auténtico caballero andante de la lengua, aconseja reemplazarla por responsable de contenidos, editor o gestor de contenidos. Desde luego, estas expresiones ofrecen la ventaja de no dejar bizco a quien se la topa por primera vez; pues el “curador” no se sabe si es un curandero o chamán escapado de una recóndita tribu africana (¿alguien ha pensado en abrir un proceso de selección allí? Como se trata de curar...) o si es un experto en curar contenidos empleando técnicas patentadas por Navidul.
Así, centrándonos ya en el concepto, podemos definirlo como un profesional que cura, sí, pero a nosotros, a su audiencia, de la indigestión de información que todos los días ingerimos sin reparar en que son demasiadas calorías para nuestra mente. Por lo tanto, el responsable de contenidos busca en la Red, separa el grano de la paja, da forma al contenido, utiliza metadatos y verifica las fuentes, entre otras muchas tareas.
A continuación, nuestro facultativo de bata blanca comparte esos contenidos en las redes sociales e investiga luego cuáles de esas informaciones han obtenido más aplausos 2.0 (comentarios, retuits, menciones, enlaces...). A partir de esos datos evaluará los gustos de la audiencia; es decir, si le gustó más el marisco del día anterior o la ternera de hoy.
Ahora, como conclusión, sólo pedimos cordura en el lenguaje, no dejarnos llevar por “amigos” que quieren poco al castellano y, por tanto, despedirnos de los curanderos, así como de los aviones divertidos y juerguistas por culpa de nevadas monumentales. ¿Le estaremos pidiendo mucho al diccionario 2.0?