Mimar el trabajo; es decir, comportarse como un auténtico “trabajonómano” (si esa palabra constara en nuestro diccionario) ya no debe suscitar tantos reproches .Ya que, a la luz de un estudio de la Escuela de Negocios de Rouen, en Francia, no resultaría nada descabellado que nuestro médico de cabecera nos recetara unas cuantas horas extra de trabajo. Si es que dedicar un poquito más de tiempo a los asuntos laborales, no sólo redunda en salud para nuestro bolsillo, sino que también puede resultar beneficioso para nosotros mismos. Estos pobres apasionados de su quehacer diario, tan mirados de reojo por los compañeros, han tenido que esperar a que un estudio firmado por una escuela francesa les diera un golpecito en la espalda y espantara de un plumazo a todos sus críticos.
Pero Castilla no es tan ancha, ya que sólo hay un nivel de adicción aceptable y si se sobrepasara dejaría de ser saludable para convertirse en otra cosa menos aconsejable y con perniciosas consecuencias en la vida familiar, en la salud y en la propia felicidad de la hormiga obrera. Según se desprende de este documento, los adictos al trabajo se rigen por otras pautas tan válidas como las que predominan en la vida de un consumidor de adrenalina. El que practica puenting o salto base no diferiría mucho de este workaholic (el spanglish que no falte).
El autor del estudio, el profesor de management, Yehuda Baruch, nos propone una comparación más gastronómica, concretamente con el chocolate: "Disfrutar de ese manjar no tiene por qué ser una condición debilitante. Puede ser saludable y reporta placer y energía. De forma similar, los workaholics reciben la contraprestación del disfrute por el trabajo. Si esto no menoscaba la propia salud mental o física, no hay motivo para prohibir lo que les reporta satisfacción".
Sin embargo, la decisión de convertirnos en fans del trabajo la debemos adoptar nosotros mismos y no ha de venir impuesta por el jefe de turno. Sin embargo, los plazos, la presión, las jornadas maratonianas propias de la revolución industrial ya no son trendy… De lo contrario, ya no habría gusto y satisfacción sino amargura y estrés por culpa de un horario que nos aprieta como una faja varias tallas más pequeña.
Ana Durá